El caso de Joaquin Phoenix (Joker, Gladiator) ha sido muy extraño para mí ya que nunca he odiado a ningún actor como lo odié a él en su momento.
Simplemente un intérprete me suele gustar o no, pero no hasta el punto de producirme la aprensión que, de niño, me profesaba el de Puerto Rico. Era verlo a él en pantalla y sentir verdadero pavor, repudia y todos los adjetivos repelentes que podáis imaginar…

Si también te ha pasado algo similar con Phoenix, seguramente seamos coetáneos y puede que, como a mí, ese sentimiento te viniese engendrado a partir de su interpretación de Cómodo, el malo de Gladiator. He visto bastante cine en mi vida, pero pocos personajes recuerdo tan hijos de puta como Cómodo.

De pequeño suele ocurrir que no sabes discernir muy bien entre la figura del actor y el personaje y, al igual que a los diez tenía la impresión de que cada vez que veía a Schwarzenegger en pantalla era Terminator, cuando veía a Joaquin Phoenix lo veía simplemente como un malo que me producía mucho rechazo.
Te vas haciendo mayor y ese sentimiento queda ahí, arraigado en algún lugar de tu interior, sin saber muy bien porqué. Simplemente odias al tipo, no te paras ni a pensar un segundo en ello.
Por suerte, con los años entendí que todo esto que sentía venía ligado a una gran actuación y la vida te trae la frase hecha esa de ‘ni los malos son tan malos, ni los buenos tan buenos’. El tipo que dijo esto tenía más razón que un santo.
Y fue gracias a películas como Her, Walk the line o Irrational Man, que no solo re-descubrí a un grandioso actor, si no que me apasioné como pocas veces con el modo de actuar de alguien.
Para mi pasó de ser el jodido demonio a colocarse en mi lista de actores fetiche.
No hay nada mejor que cambiar de opinión para darte cuenta de que creces y evolucionas como persona.
Y es curiosamente con otro papel de malote, con el boom de Joker, que la admiración pasó a ser también cosa de las masas.
Cuando uno conecta con alguien desconocido, no se sabe muy bien porqué, es uno de esos “enamoramientos” inexplicables que hace que esto de sentir pasión por el cine (hoy en día extendido al audiovisual en general) y algunos de sus agentes, le dé un poco más de sentido a tu vida. A mí me pasa también en la música, y supongo que a cada cuál en lo suyo…
Luego está la gente como mi padre, al que seguramente todo esto le parecen gilipolleces.
Respeto cualquier punto de vista. Pero quizá las personas más sensibles nos aferramos más a estas pequeñas cosas.
Con todo y tras indagar un poco en la parte que el actor de Signs deja ver de su vida, descubrí que tenía algunas inquietudes personales similares a las mías por lo que, durante un tiempo, ha sido una figura con la que he llegado a conectar bastante.
Pero esto no significa que para que me guste el trabajo de alguien, tenga que gustarme su movida ante la vida… Seamos cautos, a la mayoría de gente que nos inspira no la conocemos realmente. Nos llega una parte, y puede que eso sea suficiente. Y nos la debería traer bastante floja lo que hagan en sus vidas.
Aunque esto de pequeño es algo que no diferenciaba tan bien, de menos pequeño siempre he tenido claro que hay que saber separar la parte personal de la parte artística o profesional porque, por más de moda que esté defenestrar gente en estos tiempos, no me entra en la cabeza que esto implique también borrar del mapa toda su obra.
Me parece un error que ya se ha cometido en el pasado y que no deberíamos volver a consumar jamás.
Casualidades de la vida, en medio de esa vorágine JoaquinPhoenixera en la que andaba yo sumergido, fue durante unas vacaciones de escapada de todo, en verano de 2017 que (tras dejar un trabajo del que me sentía totalmente preso… si, se puede hacer y la vida sigue, pruébalo!)
llegué a compartir casa, por una noche, con Joaquin Phoenix!
A mi regreso se lo conté totalmente emocionado a algunos de mis amigos. Es un sentimiento difícil de describir y que muchos no entienden, como aquella vez que, tras el primer concierto que vi del Boss con la “E Street Band” en el Camp Nou, el verano de 2008, Springsteen pasó a dos metros de mí, parándose lo justo para levantar la mano, saludar a la gente para subirse de inmediato a una furgoneta y pirarse de allí a todo trapo. Un instante cotidiano para uno, pero que para otro queda grabado en la mente de por vida, detalle a detalle.
De nuevo, curiosidades de la vida…
Por desgracia, y para mi sorpresa, muchos de mis amigos (los no cinéfilos, claro) ni si quiera sabían quién era ese tipo, ese tal Joaquin Phoenix (cosa que a día de hoy a buen seguro ha cambiado, gracias tremendo éxito de Joker y el Óscar que le otorgaron).
Así que mi gran historia se desinfló rápidamente, quedando instalada en mi recuerdo, en el de mis acompañantes y en el germen de este texto que dejé escrito unos meses después para revisarlo con el tiempo…
Quizá algún fan incondicional de Joaquín Phoenix siga aquí al pie del cañón esperando a que le cuente qué cené con el tío Joaquinito esa noche. Y, aunque esto está basado en una historia real, señoras y señores, no pretendo decepcionarles. Abandonen la sala, tan solo estamos ante un texto reflexivo.
Nos hospedamos en Alen d’Aragón, después de bajar de los Pirineos,
decidimos hacer una noche a dedo, es decir, en cualquier rincón del noreste de España donde encontráramos una buena oferta y en el que admitieran perros (perras en nuestro caso). Tuvimos suerte de pillar sitio en un entorno increíble. Era realmente bello, sobre todo por sus posibilidades de desconexión y aislamiento de todo. Justo el sitio que necesitaba. Rodeado de naturaleza, en medio de las montañas de Zaragoza. Y, por desgracia, solo teníamos una noche reservada…
Pero esa noche compartimos casa con Joaquin Phoenix!
Disculpad que le de tanto bombo, no me negaréis que tiene filón.
Se encontraba grabando The Sisters Brothers**, peli del director francés Jacques Aurdiard, que se estaba rodando por la zona de Huesca. Según el dueño del hotel (muy simpático por cierto),
esas semanas el complejo estaba plagado de gente del mundo del cine, Ridley Scott, entre otros…
Yo acababa de dejar mi trabajo, licenciado en audiovisuales, con experiencia, amante del cine y sin currículum encima!

Y pese a que es cierto que compartimos casa (no negaré que en más de una ocasión me he arrepentido de no ser de los que invaden el espacio vital de las personas), no cené con Joaquin esa noche, ni toqué con él mi guitarra en el porche, ni hablamos de experiencias de la vida, de visiones en común, ni se cameló a mi novia, ni acarició a mis perras… pero yo, conduciendo de regreso a casa, imaginé que todo aquello había sucedido.
Y es de ahí de donde creo que nacen las letras, de donde parten las historias que tanto nos llenan a las personas a través de canciones, películas, libros…
Esta historia me sirvió para salir rápidamente de mi bajón y volver a casa con las pilas y la ilusión totalmente recargadas, porque a veces las pequeñas cosas, los pequeños sentimientos, son los que nos impulsan a hacer grandes cosas.
Ahora solo me queda dejar de odiar a Colin Farrel para tener mi alma limpia.
**The Sisters Brothers es un western francés que pasé más de un año esperando con ilusión y que pude ver por fin a principios de 2019. Una película que recomiendo y de la que quizá hable en otra ocasión (o quizá no).